Tenía 9 años cuando fui a visitar a una tía a su finca, recuerdo estar sentado en una silla de madera, atardecía y el viento golpeaba fuertemente sobre mi cara, el sol se reflejaba en la represa la miel y tal momento, el sentir el palpitar del viento en mi, fue uno de los momentos que más atesoro de mi infancia.
Hoy en día otros vientos más sombríos soplan, amenazando con romper mi estabilidad, y a veces siento que debería dejar de resistir, que tal día en mi infancia disfrutaba tanto de el viento, porque era uno con él, no me preocupaba nada más que sentirlo, pero he llegado al punto de no preocuparme más por caer, de rendirme al viento, no me malinterpreten, rendirse significa también soltar el peso de la vida.
Hasta las más fuertes palmeras y arboles ceden a los vientos fuertes y yo la verdad, solo quiero disfrutar y sentir el viento o dejarme llevar por él si así lo quiere, pero no quiero ser más fuerte hoy, quiero andar liviano por la vida en el flujo perfecto del universo.
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